
El techo es el lugar por donde siempre camino pero nunca me doy cuenta. Hasta mis huellas están allí, mis mentiras y algunas tristes sobras de viajes oscurecidos por la complicidad. Ahí soy impune. Una bestia feroz sin mamelucos ni abanicos. Solo en mi injuria. Regodeándome. Mitologizándome. Enroscarme con mi leyenda, esa construcción visceral. De aullido gregario. Desde las cavernas. Perpendicular reflexión de un domingo cualquiera, mi cuerpo es un campo de batalla. Devastado, blut und grund… Un tornado arraso a mi ciudad… ahora solo queda reptar, al ras de la tierra empestecida por el hedor de la sangre coagulada… Uff, tengo que pirar de acá antes de que alguien se avive (esto empieza a apestar).
De Tablada salgo pateando como un condenado. Vampireando los helados filetes de viento húmedo que dimanan a mi alrededor. ¿Por que el clima me trata de éste modo tan distante? La distancia me preocupa más que la suavidad. Me entretengo con esa mirada vidriosa mía, de rojos ojos angostísimos, como tímidos, viendo la nubecita informe que se escapa de los infiernos de mis entrañas para desaparecer cual fantasma descomprometido delante de mis labios en cuestión de instantes. Voy rápido y absorto en mis pensamientos. Pienso en esa mujer que no existe pero que amo. Pienso en ese yo que no existe pero amo. Nos pienso juntos en esa irrealidad y nos amo juntos. Mis labios finos y helados dibujan una mueca que en condiciones menos adversas debería haber sido una sonrisa. Creo que lo es de todos modos (no hay que ser tan exigentes), aunque me aterre la reacción de aquellos nadies que me miran como si fuera desfilando por un pasillo interminable. La vida es finita más no lo es el pasillo. Eso puede llegar a perturbarme. Las baldosas húmedas me parecen entrañables. No se por que cuando estoy así siento mayor empatía por los objetos. Tengo ganas de decirle algo a una de esas tantas baldosas castigadas por la persistente garúa y sobre las cuales el barro va dibujando suelas de zapatillas de marcas con nombres raros. Tal vez a refugiarnos con un whisky juntos a pelearle al frío, pedirle que me convide un poco su infinitud y carraspear eternidad.
Estoy sucio. ¿Cómo me habré convertido en este pordiosero? Tampoco voy a escribir un libro para explicarlo, pero es un chiste gracioso. De algún modo poco convencional para los refinados modos (caretas) de la época…